lunes, 13 de julio de 2009

¿ RETENER EL MOMENTO O VIVIR EL MOMENTO ?

¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud?
Milan Kundera


No deja de sorprenderme lo que parece tornarse una necesidad irrefrenable en plena expansión entre nosotros: la de registrar los momentos fotográficamente.

Cámaras digitales, celulares, filmadoras... todo sirve a la hora de plasmar la vivencia en papel o en memoria informática.

Pero, ¿registrar una vivencia y vivirla son la misma cosa? ¿Vivimos los momentos que queremos atesorar o, en el afán de poseerlos para siempre, no advertimos tal vez que se nos escapan en el aquí y ahora? Aún anoticiados que no hay tal cosa como una percepción lisa y llana del mundo, ¿cuál es el efecto en nosotros de esta perentoria mediatización tecnológica de nuestras vidas? ¿Por qué intercalar siempre un objeto digital entre nosotros y nuestro acercamiento a los momentos, a los acontecimientos y a las personas?

Hace ya más de dos décadas Jacques Lacan anticipó algo de esto. “Gadgets” llamó a estos objetos tecnológicos que irrumpirían en nuestras vidas modificando los modos de sentir, de hacer lazo con los otros, de estar en el tiempo, de trabajar y de recrearse...

Un gadget, en idioma inglés, es un artilugio, un cachivache superfluo. A algunos de nosotros puede recordarnos un personaje de película: “el Inspector Gadget”, provisto de dispositivos ingeniosos y sorprendentes que utilizaba para resolver situaciones problemáticas. Me da risa a veces: ¡cada vez nos parecemos más a él! Vamos por la vida munidos de celulares, iPods, máquinas fotográficas y filmadoras, walkmans, laptops... Lo que no queda tan claro, me parece, es si estos “cachivaches” resuelven o complican nuestra vida. Lo que sí queda claro es que la cambian y que estamos frente a este nuevo real para bien y para mal.

Estos productos tecnológicos, subproductos del discurso científico, representan un nuevo tipo de real: en palabras de Jacques Alain Miller “un real nacido de la medida y de la cifra” ya que se trata de objetos nacidos del registro simbólico mismo. Lo que no advertimos tan fácilmente, me parece, es hasta qué punto este real se inscribe en las nuevas formas del malestar en la cultura.

Porque si bien prestan servicios muy útiles, van modificando nuestras vidas sensible y progresivamente al punto que, a veces, no sabemos qué hacer si no disponemos de ellos. ¿Son necesarios tantos mensajes de texto como los que enviamos por día? ¿Es lo mismo hablar personalmente que enviar un mail o un texto por celular? ¿En qué difiere? ¿Cómo afecta los lazos? ¿Qué pasa con el cuerpo? ¿Qué pasa con el tiempo? ¿Qué incidencia tiene la inmediatez, a veces intrusiva, de las comunicaciones que hacemos o recibimos?

El tiempo se desliza, corre, ¡vuela! ¡Rápido! Hagamos colas a la puerta de los negocios (¡durante días!) para comprar el producto de última generación. Nos aprestamos a vivir el hoy paradójicamente lanzados al futuro, sin recalada en el presente. Escribe Milan Kundera: “Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda afuera de juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis. Curiosa alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis” .

Estos objetos técnicos se imponen de forma masiva en el mercado hasta el punto en que se nos hace creer que si no adquirimos el celular-máquinafotográfica-MP5 de última generación, no existimos. La publicidad es explícita al respecto: “Nunca más vas a saber si te quieren por lo que sos”, reza un aviso publicitario de un automóvil de lujo que apuesta al tener, sin ambages.

Cada vez más nos preocupa captar, retener, poseer el momento con la expectativa de guardarlo para el futuro, que vivirlo.
El paradigma: esa chica que convirtiendo su fiesta de 15 casi exclusivamente en una prolongadísima sesión de fotografía y filmación decía: “¡No veo la hora de ver la filmación de la fiesta!” Y yo pensé, con una mezcla de recalcitrante nostalgia y divertida resignación: “¿No veo la hora o no veo el ahora?”

Así las cosas. Estos son los signos de una época, la nuestra. Los menos jóvenes de nosotros podemos resistir atrincherados en el búnker del todo-pasado-fue-mejor o podemos, ante este nuevo real, atrevernos a inventar (advertidos, atentos, despabilados) modos inéditos y singulares de hacer. Los más jóvenes de nosotros… también.

Verónica Ortiz

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