miércoles, 16 de febrero de 2011

¿Para qué sirve el psicoanálisis? Clase de Germán García

Primera clase del curso anual del IOM (2010)

Reseña de Verónica Ortiz

El 14 de mayo Germán García volvió a la biblioteca de San Fernando, en el marco de la primera clase del curso anual del programa 2010 del Instituto Oscar Masotta. Su ponencia, ¿Para qué sirve el psicoanálisis? fue seguida atentamente por la audiencia presente.

Comienza recogiendo el guante con el título mismo de su clase, al proponer dar respuesta a una pregunta que con frecuencia se escucha en la calle, cabalgando entre sorna y descalificación: ¿para qué sirve el psicoanálisis?

Y, seguro de que una pregunta siempre encierra en su propia formulación la respuesta, propone despejar los términos utilizados: el verbo servir responde a una lógica utilitaria que supone la premisa que sería bueno lograr el mayor beneficio con el menor esfuerzo, en consonancia con el modo pragmático del pueblo inglés que la vio nacer.

Sin embargo, debe haber cosas que no sirven para nada que, no obstante esto, hacen al placer de la vida… Se trata de ética, de la discusión acerca de formas de vida. Entonces, si repreguntamos ¿para qué sirve?, esta vez, ¿para qué sirve… saber ética?, es en este punto que Germán García realiza una sorprendente inversión: no es que uno sabe ética sino que la ética lo sabe a uno. Se puede ser analfabeto pero basta con hablar una lengua para que ésta transporte configuraciones mentales, formas de vida, significaciones, sin que se entere su usuario. Por ejemplo, se puede conocer el sentido semántico de las palabras padre, madre e hijo pero sería difícil describir un sistema parental y mucho más aún contar con una hipótesis clara sobre qué función cumple una cultura familiar.

En esta línea, Jacques Lacan sostenía que el goce no sirve para nada. Pero su ausencia haría vano el universo…, agrega García.

El problema del que se trata es que nuestra especie humana no cuenta ya con el saber automático del instinto. Y eso se debe al lenguaje. No hay certeza alguna a la hora de determinar el origen del lenguaje. Germán García recuerda una tesis de Charles Darwin acerca de este punto: habría comenzado siendo un llamado sexual. Reaparece aquí nuestra pregunta: ¿para qué sirve… el lenguaje? Según García, los más optimistas creen que sirve para colaborar con el otro, para comunicar. A esto respondemos con cierto pesimismo psicoanalítico: también sirve para engañar, para mentir, para embaucar.

Entonces, resulta bastante insondable la pregunta ¿para qué sirve algo? Tanto, que en el campo de la religión, la iglesia católica se vio obligada a condenar el suicidio bajo el siguiente concepto de propiedad: el cuerpo es de Dios. Por lo tanto, el lenguaje permite también suicidarse. Somos, como señalaba Georg Hegel, la única especie que puede anticipar su muerte e incluso lograr que sirva para algo, al modo de los terroristas mártires.

Siempre en el terreno de la religión, si “Desde el principio era el verbo y el verbo era Dios.”, entonces, sin el verbo, sin el lenguaje, tampoco habría Dios.

En la especie humana no se trata de instinto sino de pulsión (trieb). Y García afirma con contundencia, “Si el instinto orienta al animal, la pulsión desorienta al humano.” El ser humano no nace orientado, ni siquiera orientado por la anatomía de su cuerpo. Hay personas que, de buena fe, creen que basta con las identificaciones. Pero en ocasiones el sujeto se orienta no por la imitación sino por la oposición al modelo que tiene frente de sí, como un modo de nombrarse.

Germán García continúa su charla situando al psicoanálisis como algo histórico, que nació y que va a desaparecer. Surge en un momento determinado. Jacques Lacan plantea que no hubiese sucedido sin la existencia de la ciencia (la física, la aparición de las grandes leyes, Copérnico, Galileo). Si bien siempre se hicieron reflexiones acerca del deseo, por ejemplo, tales reflexiones se enmarcaban bajo la égida de la moral. En el siglo XVIII se dio la “liberación naturalista del deseo”. Los ilustrados de ese siglo creían que había un instinto humano sano, noble, fraternal que se deformaba por la incidencia de la religión. Si se pensaba racionalmente, y no religiosamente, se reencontraría ese ser natural. Sin embargo, señala García, en el siglo XIX “no apareció un Tratado sobre la Felicidad sino ¡un tratado de psicopatología sexual! (Krafft.Ebing)”.

Esta afirmación lacaniana -que el psicoanálisis no habría sido posible por fuera del discurso científico- se apoya en el pensamiento cartesiano, que Germán García enuncia así: “Si uso la razón- y suponemos que el ser se define por ser racional- retorno entonces al hombre original, ya no deformado por ninguna tradición”. Esta idea de la racionalidad desemboca en el pensamiento común “nada es sin razón” que, paradójicamente ¡es la neurosis! “Nada es sin razón” no se verifica científicamente, ya que la ciencia descubre en forma permanente que existen cantidades de cosas que son azarosas. “La idea de que el mundo es racional parece muy racional siempre que no pensemos qué quiere decir racional: que no hay nada que no tenga una causa”, dice García.

La clase va arrimándose a la respuesta a la pregunta que la causó, con un ejemplo: el neurótico dice “mi vida no tiene sentido”, lo que puede tornarse tan serio como para quitársela debido a eso. Con un poco de semántica- dice García- podría preguntarse qué problema habría… los chistes tampoco tienen sentido pero son muy divertidos. El neurótico pone algo ahí, en no tiene “sentido”, y queda desorientado por una palabra.

¿Para qué sirve el psicoanálisis, entonces? Para orientarse… en el deseo. Es una respuesta posible cuando alguien la pasa mal consigo mismo, no por maldades que le inflija un tercero, sino por las que se dirige a sí mismo en nombre de Dios, del bien, de algún ideal. Así como Immanuel Kant pensaba que había que orientarse en el pensamiento, la propuesta de Sigmund Freud es orientarse en el deseo. El inconsciente tiene sus propias representaciones meta y esas metas tienen que ver con la satisfacción, aunque también, con un más allá de la satisfacción… ¡pero ese será el tema en otra ocasión!

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