(Fragmentos del artículo de Germán
García en Revista Literal, Bs. As. 1975)
Cualquiera se asombraría: Quienes
pretenden adoptar una posición revolucionaria en psicoanálisis no se han
detenido a sacar las consecuencias de la subordinación del mismo a la medicina.
La subversión freudiana no puede recuperarse sin una ruptura con el modelo
médico que le aporta un fondo de sugestión histórica – creencia del médico, del
paciente, del grupo social que vuelve irrisoria toda reflexión sobre la
transferencia. Para decirlo con los términos de Levi Strauss, esta
subordinación es el núcleo del “complejo chamanístico” que afecta la práctica
analítica, siendo responsable –por otra parte- de la confusión entre
psicología, psiquiatría y psicoanálisis (…)
Mientras se discurre sobre la
diferencia entre ciencia e ideología, las instituciones se hacen duchas en
tácticas que hablando del bien de todos, cumplen la estrategia del poder de
pocos. Las instituciones practican el arte de la guerra, mientras los
inquisidores se adiestran en los beneficios de la habladuría (…)
Una derrota política es un error de cálculos e
implica un desconocimiento de las relaciones puestas en juego: las promesas de
los esclavos serían impensables sin las predicciones de los amos. Que se
multipliquen en nuestra época los descifradores de enigmas, que los oráculos se
transformen en slogans, no deja de tener sus ventajas, puesto que puede
calcularse en filigrana el porvenir que dibuja toda mala conciencia en esas
sombras que la acompañan (…)
Freud vivía para el
psicoanálisis, los profesionales viven del psicoanálisis y esto los lleva a
enturbiar las aguas para hacerlas, ya que no más profundas, por lo menos algo
más buenas.
La formación del analista depende
de una práctica teórica cuya única verdad es la clínica: lo demás se plantea en
un campo sanitario dominado por las leyes generales de los aparatos ideológicos
del estado, entre cuyos efectos puede contarse la existencia de una masa de
profesionales que buscan ubicarse en el interior de una práctica de la que sólo
cuestionan – en última instancia la segregación que instaura sobre el porvenir
de sus adeptos. La modificación de los aparatos sanitarios se plantea en un
campo político, cuya eficacia debe medirse por su capacidad para modificar las
“circunstancias” y no por la astucia de los discursos adecuados a las mismas
(…)
El psicoanálisis, como la
investigación sexual infantil, tiene dos posibilidades: ser el espacio donde un
polimorfismo perverso encuentra su palabra o cumplir la función policial de someter
los valores del goce a los bienes sociales de la reproducción.
Ya que la cosa es interminable,
dejemos el final a las palabras de Pontalis: “Esta incertidumbre sobre la
naturaleza del psicoanálisis – el animal ha sido amansado, pero continúa
molestando puede ser reconocida en la dificultad que existe para asignarle un
status social (en particular, para fijarle un lugar frente a la medicina) tanto
como en la dificultad del psicoanálisis mismo: este se da bien cuenta de que
posee un poder, pero no en qué consiste su mecanismo. Digamos que dispone de
una técnica – aún cuando el término que implica control y transmisión de la
experiencia, sea tal vez temerario- pero que ignora el principio y los fines.
¿Sobre qué esta basado, qué persigue? Esta ignorancia no es fortuita. La mayor
parte de los psicoanalistas al afirmar, como lo hacen, la primacía de la
técnica, manifiestan que se refieren a la eficacia más que a la verdad (…)
Ser tomado por un psicoanalista
es algo inevitable, pero tomarse por un psicoanalista es el principio de la
impostura”.
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